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Autor de la obra
Este autor, ROSAURA HERNANDEZ SOTO , es reconocido dentro de esta rama sobre todo porque tiene más de un libro por los que es reconocido a nivel nacional, pero asimismo fuera de nuestras fronteras.
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2019 MITOS Y LEYENDAS
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Resumen de LA PRIMERA ENTRE LOS HOMBRES (LA MEDICA DE LAS MUJERES 2)
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Tras llegar a Alejandria, Agnodice debera enfrentarse a un futuro peligroso e incierto. Travestida de hombre, su unica opcion para poder lograr su sueno de estudiar Medicina, debera hacer frente a los recelos y envidias de sus companeros de estudios. Pero tambien se rodeara de nuevas y relevantes personalidades, como Herofilo de Calcedonia o Erasistrato de Ceos, que la ayudaran a madurar en el mundo de hombres al que ahora ella pertenece. Entre tanto, tendra que desenterrar sentimientos escondidos en el fondo de su alma cuando un enigmatico hombre aparezca en su vida para hacerle el camino un poco mas dificil.
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Resumen del libro
Agua, sol y algunas aves curiosas: esos fueron nuestros principales companeros de travesia durante los cuatro abominables dias que pasamos en alta mar. Segun mi parecer, bien podrian haber sido diez anos, pues la falta de descanso y una debilidad cercana a la perdida de consciencia alargaban nuestras horas hasta tenernos casi al borde del desatino. Pese a la cantidad ingente de higos secos, olivas y tortas con que Eudoxia nos habia aprovisionado, apenas habiamos podido probar bocado. Nuestra estancia se habia convertido en un continuo ir y venir a cubierta para expulsar los alimentos que, nada mas caer en el estomago, se apuraban a salir de el. Las dos primeras jornadas ocupamos las horas de hastio en conversaciones relacionadas con el destino al que nos dirigia el condenado navio; pero las dos ultimas, apenas sin fuerzas ni siquiera para sonar, decidimos reservar nuestra escasa energia sumiendonos en un silencio similar al del inconmensurable mar que nos rodeaba. Para el resto de la tripulacion y los pocos mercaderes que viajaban a bordo, nuestra presencia pasaba casi inadvertida. Solo habia una persona a la que mi estancia parecia incomodarle: al capitan. Y no podia culparlo por impacientarse, pues cada dia subia a la cubierta para preguntarle el tiempo que quedaba para tocar tierra, y cada dia me respondia: <
Kissa encendio la lampara con el poco aceite que nos quedaba para el trayecto. Seguidamente, saco una torta y la dividio en dos mitades. Para nuestro asombro, esta vez nuestros estomagos parecieron recibir los alimentos de buen grado. En aquel momento pensamos que esto era debido a que ya no habiamos acostumbrado al bamboleo del navio, por lo que, alentadas por esa tregua generosa, probamos a sacar el aceite, las uvas pasas, los higos y todo cuanto teniamos para alimentarnos, y lo colocamos ante nuestros ojos ansiosos. Las tortas no estaban mas blandas que las suelas de nuestras sandalias, los higos parecian enmohecidos y las olivas eran mas hueso que carne; sin embargo, todo cuanto nos llevamos a la boca nos supo a nectar y a ambrosia. Totalmente satisfechas y saciadas, tirada sobre el baul yo, ella en el suelo recostada, nos dimos cuenta de que las voces de los tripulantes se habian apagado hacia tiempo y de que las olas ya no golpeaban enfurecidas contra la madera que nos envolvia: no es que nos hubiesemos acostumbrado al bamboleo del barco, sino que este habia detenido su avance. Envuelta en la negrura absoluta de aquella noche sin luna, me acerque al capitan. El hombre, al que a fuerza de incordiar con preguntas conocia mas que a ningun otro de a bordo, se giro sin mostrar sorpresa al verme. Por lo visto estabamos a pocas millas del Puerto Magno, pero la oscuridad y la falta de visibilidad para atracar con seguridad nos obligaban a aguardar hasta que el sol nos indicase el camino, para lo que aun faltaban seis horas. Baje a toda prisa y transmiti la buena nueva a Kissa. Ella pronto comenzo a agradecer a sus dioses y a los mios nuestra buena fortuna, y poco despues ya tenia dispuestos todos los enseres que usaba cada dia para retocar mi disfraz. Ayudada por la llama moribunda de la lampara, oscurecio y poblo mis cejas, relleno mi barba y aplasto mis pechos rodeando mi busto varias veces con un trozo de lino. Tras su aprobacion, decidimos subir a cubierta a esperas de que el sol nos encontrara y nos concediese la oportunidad de ver lo que para mi significaba un nuevo mundo y para Kissa, el regreso a su anorado hogar. Poco despues, con toda la solemnidad propia del amanecer, el cielo comenzo a llenarse de un palido celeste. <>, pense en aquel momento.
Ahora que por fin habia llegado, descansada y con el estomago lleno, todo me parecia mas bello, menos tenebroso. Kissa parecia estar de acuerdo, pues contemplaba sin pestanear la ciudad emerger ante nosotras. --!Todos a sus puestos! !Desplegad la vela! Nos cogimos de la mano en el momento justo en el que una bandada de aves migratorias nos sobrevolo, adelantandose a nuestra llegada. Pronto, a otra orden del capitan, el navio comenzo con el suave movimiento que nos llevaria a tierra firme. Como si de un ciego que acabara de recuperar la vision se tratase, fui observando como los majestuosos edificios se iban despojando de su capa oscura cada vez que los rayos de luz los alcanzaban. Las personas fueron las ultimas en aparecer, y tras la vision de sus cuerpos en ajetreado movimiento, fue el viento el que trajo sus voces desde los mercados del Gran Puerto. Kissa apretaba mi mano en ese momento. El viento en contra meneaba nuestras tunicas con una fuerza arrolladora. La vida en Alejandria ya habia comenzado y en pocos minutos nosotras formariamos parte de ella. Tras la maniobra de atraque avanzamos hacia el capitan, que se encontraba hablando con uno de sus oficiales, justo a la altura de la pasarela que debiamos cruzar. Al pasar por su lado me brindo una ridicula sonrisa, mezcla entre tristeza y jubilo, y luego dijo: --Jano, joven e impaciente ateniense como ninguno que haya viajado a bordo, solo los dioses saben que uno de los motivos por los que mas me alegro de pisar esta tierra es por dejar de compartir la embarcacion contigo. --Capitan, es algo triste que al pisar el suelo de la ciudad del saber solo te alegres por dejar de verme a mi; en cualquier caso, te deseo prosperidad. Y eche a andar rampa abajo, dejando al hombre y a su risa afectada a mi espalda. Kissa y yo pisamos tierra firme como si llevasemos toda una vida navegando. Las piernas todavia no se habian habituado a este hecho cuando un guardia, dando evidentes muestras de tener un pesimo caracter, se nos acerco.
Nos pregunto si llevabamos rollos de papiro encima o en nuestras pertenencias. Tras mi negativa, comenzo a cachearme peligrosamente, y luego hizo lo mismo con Kissa. Al ver que no llevabamos nada encima, nos pidio que le indicasemos donde estaba nuestro equipaje. De mala gana le senale el baul, y sin dilacion le ordeno a otro joven guardia que lo registrara. No tardo mucho en encontrar un rollo de papiro envuelto entre mis tunicas. Se lo dio al guardia, que aun estaba frente a nosotras, y este lo desenrollo, lo miro de arriba abajo y nos ofrecio una mirada de reprobacion mientras volvia a enrollarlo. --Debo llevarlo conmigo --dijo. --?A donde? !Es mio! --Ya se que es tuyo, pero son ordenes del rey: todos los libros de los barcos deben ser llevados al Museion donde seran copiados. En unos dias te sera devuelto. El hombre giro sobre sus talones sin esperar una replica por mi parte. En sus manos llevaba el papiro que mi tio me habia regalado cinco anos atras, el unico que tenia en mi poder y al que consideraba mi objeto mas preciado. A nuestro lado se empezaban a apilar las cajas que los hombres iban bajando del barco, mientras los inspectores del puerto comenzaban a registrar las mercancias y a tomar los datos a los encargados de su transporte. Cuando me llegase el turno, no sabria que decir. Estaba en tierra extrana, sin saber la direccion de la casa de Euripides y sin conocer siquiera cual era el contenido y la cantidad exacta de la mercancia que transportaba conmigo. La angustia me obligo a buscar en derredor el rostro conocido de mi tio, pero, al no verlo por ninguna parte, comence a retorcerme freneticamente las manos, temiendo el momento en que el guardia comenzara con su interrogatorio.
Fue Kissa quien las refreno con su suave tacto. Vi que senalaba con la barbilla justo a nuestro lado y, siguiendo la direccion que me indicaba, adverti con creciente alivio como mi tio se acercaba hasta nosotras abriendose paso entre la multitud de hombres que ocupaban practicamente todo el espacio del muelle. Se interpuso entre nosotras y el guardia, y comenzo a hablar con este ultimo. Las interminables horas de inactividad en el buque me habian brindado el tiempo necesario para pensar en las posibles reacciones de mi tio al verme. Ahora estaba de espaldas a mi, concentrado en la tarea que tenia entre manos y sin prestarme atencion. Era la primera vez que lo veia en dos meses. Todavia guardaba en la memoria el recuerdo de nuestro ultimo encuentro, y en el corazon la esperanza de que mi diatriba no fuese tan vivamente recordada por el como por mi. <
Te veo muy hermosa. Me alegro de que estes conmigo, bajo el sol que te vio nacer. --Yo tambien me siento dichosa de poder estar aqui, Euripides. --Bien; espero que hayas tenido un buen viaje. Seguidme, mi casa no queda lejos, podemos ir a pie. Kissa me miro y elevo los hombros. Yo tampoco sabia muy bien que hacer. Deseaba abrazarlo y confesar lo mucho que me alegraba yo tambien de estar aqui, con el, en esta tierra que tanto tiempo habia sonado pisar, pero no me dio la menor oportunidad. La duda que tenia con respecto al modo en que me recibiria se habia disipado en el acto, y ahora, al verlo andar a varios pasos de nosotras y sin haberme prestado la menor atencion, me senti desmoralizada. --?Tio? --dije, tratando de hacerme oir. Al ver que no me respondia, grite con mas fuerza de la que era mi intencion--. !!Tio!! Por fin se detuvo. Se giro tan despacio que me erizo el vello de la nuca. Con una mano sobre el pecho, gesto dramatico y claramente intencionado, se quedo mirando a todas partes. --?Has oido lo que yo, Kissa? Ella emitio una timida carcajada.
--Por los dioses que me ha parecido oir a mi sobrina por alguna parte. <>, ha dicho; pero yo solo te veo a ti y a un joven barbilampino sin gracia a tu lado, y no a mi amada sobrina. Entonces cai en la cuenta de que me estaba castigando con la burla, y no con el rencor, como yo suponia. Di tres pasos hasta quedarme a la altura de sus ojos entrecerrados, mientras el trataba de contener una mueca socarrona. --Tio, te echado muchisimo de menos. Y lo abrace; lo estreche con tanta fuerza que me dolieron los brazos, y segui asi hasta que deje de sentirlos. El me agasajo entre los suyos como siempre hacia, sin escatimar afecto. --Siento todo lo que te dije, tio. Perdoname, te lo ruego --susurre en su pecho. --Ya estamos en paz, me temo --dijo, rompiendo a reir y separandome con suavidad--. Vamos, desprendete de mi. Comprenderas que esto puede parecer extrano a los curiosos que contemplan la tierna escena. Ademas, no quiero que la gente piense que soy mas carinoso contigo que con el propio Rashidi. Pongamonos en marcha, !ya deben estar esperandonos con las puertas abiertas! Nuestros pasos fueron demasiado rapidos como para poder apreciar nada de lo que me rodeaba con detalle. Lo unico que pude ver fue a la gente que comenzaba a salir de sus viviendas atraidas por la claridad del dia.
Sin embargo, este puerto poco tenia que ver con el mismo del que yo habia salido dias atras. La concurrencia era mayor, las calles mucho mas anchas, y un clamor insoportable proveniente de todas partes acompano nuestros pasos hasta la vivienda. Sin darme apenas cuenta ya habiamos llegado a las puertas de un edificio en cuya planta inferior habia un taller ceramico y un telar. Alli los artesanos ya comenzaban a colocar sus mercancias a la vista de los transeuntes. Desde arriba, una mujer golpeaba con fiereza una alfombra sobre nuestras cabezas, lo que nos obligo a meternos apresuradamente bajo el balcon para escapar de la lluvia de polvo y pelusas. Mi tio saludo con afecto a los artesanos y nos pidio que lo siguiesemos por unas escaleras de madera que habia por un lateral del edificio. Arriba, como el habia predicho, la puerta se encontraba abierta, con Rashidi sujetandola desde el interior. Me saludo con un movimiento de cabeza, como el que saluda a un extrano. Y eso debi parecerle, porque luego, dandose cuenta de quien se escondia bajo el disfraz, volvio a saludarme algo mas afectuoso. La vivienda en la que entramos no era muy grande: una sala principal amplia, decorada con un gusto eclectico, en la que se entremezclaba la sencillez griega con la extravagancia egipcia, conferian un ambiente acogedor y alegre, identicas caracteristicas que las de su dueno. Cuatro grandes lamparas de aceite colgaban del techo; sobre los sillones alargados, cojines de plumas con calidos colores; tapices con dibujos de paisajes que enseguida reconoci como atenienses, colgaban de sus paredes; una gran alfombra que ocupaba casi todo el suelo sobre el que nos encontrabamos; al fondo, sobre un altar se erguian la figura del dios de la Medicina, Asclepios, junto a Serapis, dios greco-egipcio y patron de Alejandria. Llegue a la conclusion de que, aunque mi tio no me hubiera indicado que ese era su hogar, yo lo hubiese adivinado sin inconvenientes. Las emanaciones que salian de la cocina inundaron de estimulantes aromas toda la casa, lo que consiguio que mi estomago comenzara a reclamar lo que durante tanto tiempo se habia negado a recibir. Durante toda la manana estuvimos hablando de las experiencias del viaje, que se centraron en las inclemencias vividas durante esos dias. A medio dia nos deleitamos con el almuerzo opiparo que la cocinera nos puso delante.
Luego, Euripides nos indico donde estaba la habitacion que compartiriamos Kissa y yo. No era muy amplia, pero tenia una puerta rectangular que daba al balcon que habiamos visto desde la calle y a traves de la cual un torrente de luz entraba incidiendo sobre el lecho que yo misma ocuparia. Sali para observar desde las alturas la efervescente vida de las calles alejandrinas. Como la casa no quedaba lejos del puerto, la gente pasaba bajo el balcon con carretas rebosantes de pescado, que supuse venderian en la amplia agora del que mi tio me habia hablado en alguna ocasion. Me sujete a la baranda y aspire todo el aire que pudieron recoger mis pulmones: el olor a mar lo inundaba todo. Sobre mi cabeza, el graznido de una gaviota posada en el tejado me distrajo de mis idilicas contemplaciones. El ave se lanzo al aire y estiro sus alas para iniciar el vuelo ceremonioso que la devolveria al oceano. Ardi en deseos de seguirla, de planear tras ella sobrevolando la ciudad para conocerla desde las alturas, como ella hacia sin el menor aprecio. Conocedora de la imposibilidad de cumplir ese deseo, solo me quedaba otra opcion menos espectacular. --Tio, me gustaria conocer la ciudad, ?seria posible que...? --Pense que querrias descansar del viaje. --No; prefiero reservar mi descanso para esta noche. Ahora deseo conocer la ciudad: el agora, los edificios, el Museion, !oh!, el Museion, eso es lo que mas ansio conocer... ?Podemos, tio? --Bien..., si no estas cansada... Le dire a mi esclavo que no guarde el carro, asi podremos recorrerlas mas rapido. Pero dejaremos la visita al interior del Museion para manana, asi lo hemos acordado Herofilo y yo: manana sera tu presentacion ante el que sera tu maestro. Un estremecimiento instantaneo recorrio mi cuerpo de pies a cabeza al oir esas palabras. Estaba tan cerca de Herofilo, por fin, y era tan proximo el momento de conocerlo, que tuve que hacer un esfuerzo para que mi emocion no me empujase a brincar como una nina.
Una vez en el carro, Kissa, mi tio como emocionado guia y yo comenzamos a rodar calle arriba, hacia el lugar mas opuesto al Gran Puerto. El terrible calor me obligo a desprenderme del himation, dejando al descubierto uno de mis hombros palidos, que llamaba la atencion en contraste con el color tostado de la piel de los viandantes. Nuestro guia nos iba senalando los enormes edificios publicos que albergaban gimnasios, escuelas o recintos politicos. Al igual que la casa de mi tio, la ciudad era una mezcla de estilos (que por mi escaso conocimiento no atinaba a distinguir), un acervo arquitectonico griego, egipcio y macedonio, entre otros muchos, algo que supe despues. La via Canopica tenia el doble de anchura que la via Panatenaica, y a ambos lados se erguian imponentes construcciones cuyas sombras se precipitaban sobre nosotros, lo que favorecia nuestro avance. En el centro habia grandes estanques que dividian la calzada en dos carriles anchos y en los que algunos animales saciaban su sed. A medida que avanzabamos, mi admiracion por todo cuanto aparecia ante mis ojos no dejaba de aumentar. <
--Bien, ahora ya sabes donde esta el lugar en el que mas horas pasaras en la ciudad. Aqui, si aprovechas bien tu tiempo de estudio, sera donde las musas te ayuden a encontrar la inspiracion. Si, se que impresiona desde el exterior, pero debes aguardar a descubrirlo por dentro. El corazon, que ya golpeaba con fuerza en mis costillas, al oir eso comenzo a agitarse aun mas. Tristemente, el carro giro sobre si mismo e inicio el camino de regreso. Senti una brizna de decepcion, pues no deseaba volver tan pronto. Aun quedaban muchas horas de luz, y la emocion de todo lo que habia experimentado hasta ese instante me mantenia en un estado de alerta que doblegaba mi necesidad de descansar. Llevaba tanto tiempo en el camarote de un barco, rodeada de oscuridad y frio, que mi cuerpo y mi alma no deseaban otra cosa que comenzar a andar bajo el sol, libre ya de todo encierro. Pronto mi deseo se convirtio en una solicitud barboteada a toda prisa. Durante unos segundos, mi tio medito la respuesta, pero, tras demostrarle con explicaciones elaboradas que conocia a la perfeccion el camino de regreso, termino por aceptar. Kissa se bajo conmigo. Sabia que estaba cansada, mas que yo incluso; sin embargo, por la expresion de curiosidad que revoloteaba por su rostro, tampoco la veia muy convencida de regresar tan pronto. Una vez nuestras sandalias pisaron la arena de la calle, y tras una advertencia de cuidado de mi tio, el carro echo a andar y desaparecio entre la muchedumbre alborotada. Comence a caminar a paso lento. La voz de la nina que encerraba dentro de mi me incito a ir mas deprisa, y, sin darme cuenta, eche a correr.
Lo hacia sin freno y sin que mediara la razon en ese hecho; corri y corri, esquivando a los viandantes, animales, carretas, sintiendo la brisa que me regalaba el mar al acariciar mi rostro y mi cuello. Kissa me seguia de cerca, la oia jadear detras de mi. Volvi mi cabeza hacia ella, a tiempo de verla sonreir. Continue con mi impetuoso avance, dejando atras los edificios y los ojos de los heroes de roca que me acechaban desde sus altos tejados. El gran muelle quedaba a mi izquierda, y sus pacificas aguas centelleaban como si un millon de gemas emergieran a mi paso. Todo lo que veia parecia acrecentar mi entusiasmo y, aunque deberia haber estado extenuada, a cada zancada que daba crecian mi vitalidad y mis ganas de seguir corriendo. Hasta que impacte contra algo y ese algo acabo con mi arrebato infantil. Por la fuerza con la que mi cuerpo fue proyectado hacia atras, bien podria haber sido una columna de marmol. Pero no, no habia sido eso. Desde el suelo pude atisbar como un hombre --el obstaculo contra el que habia ido a parar-- estaba tumbado sobre los adoquines y maldiciendo en voz alta. La gente ya habia empezado a arremolinarse a nuestro alrededor. El hombre se incorporo trabajosamente y se llevo las manos a la cabeza con un gesto de verdadero pasmo. Me incorpore, entonces, y ya de pie mire alrededor, pero el ya no estaba al alcance de mi vista. Ahora la gente se apinaba al borde del muelle, mirando hacia donde el agua golpeaba el dique sobre el que nos encontrabamos. Alguien comenzo a jalear.
Me asome para mirar en la direccion en la que todos lo hacian. El hombre trataba de llegar hacia donde se encontraban lo que desde a esa distancia me parecieron dos rollos de papiro. A duras penas logro alcanzarlos antes de que se los tragara el agua. Uno de los marineros que se encontraba cerca de mi lanzo una cuerda gruesa a la que el hombre se asio con la mano que le quedaba libre. Algunos hombres mas sujetaron un extremo de la soga y tiraron de el hacia arriba; poco despues ya estaba en el suelo, sobre un charco de agua y dos rollos de papiro completamente empapados. Tras varios minutos, que dedico a tratar de recuperar el aliento perdido en la batalla acuatica que acababa de experimentar, me busco entre el gentio. Obligue a mis pies a acercarse hasta el, con cierta cautela, y le tendi mi mano para que se ayudara con ella. Pero no la acepto. De un manotazo la aparto de delante de sus ojos, y con un fuerte impulso se puso de pie por si mismo. La mirada que me dirigio fue suficiente para hacer que diese un paso hacia atras, hasta dar contra el cuerpo rigido de Kissa, que me detuvo con la punta de sus dedos. El se agacho y recogio uno de los rollos deformes del suelo. Lo desenrollo con sumo cuidado, procurando que no se deshiciera, pero a medida que lo hacia su expresion iba cobrando gravedad. --Saqqara --dijo en baja voz, con los ojos fijos en aquello. --?Como dices? --pregunte impulsada por una curiosidad que mejor hubiese retenido donde estaba. Se giro hacia mi, colerico.
Era bastante mas alto que yo, y desde esa altura sus ojos furibundos se clavaron en los mios. Bajo su barba oscura podia distinguir las mandibulas contraidas. --!Maldito imbecil! ?Se puede saber a donde ibas con tanta prisa? ?Acaso tienes cinco anos para andar jugando por las calles? Esos pergaminos venian desde Saqqara. Contienen, !contenian!, una informacion muy valiosa que por tu culpa ya no podra ser traducida ni copiada. Su rostro estaba tan cerca del mio que notaba su aliento mientras me gritaba, asi que, llegando al culmen del azoramiento, baje la cabeza y murmure una disculpa. El hombre bufo, pero no dijo nada mas; se limito a darse la vuelta para recoger el segundo rollo y un saco de tela con algunos mas que habian logrado escapar del incidente. Se lo echo al hombro y retomo su camino dando grandes zancadas por el paseo que yo acababa de recorrer minutos antes. La gente, entre risitas burlonas, se fue dispersando a sus quehaceres. --Mucho me temo que nunca dejare de ser tu ninera, ?verdad? --dijo Kissa a mi espalda, siguiendo con los ojos el rastro de agua que dejaba el hombre a su paso. Todo el cansancio me sobrevino de golpe. De repente deseaba estar en casa de mi tio, sobre un lecho fresco y alejada de los ojos curiosos que aun me acechaban. Ese hecho habia logrado disipar mis ganas de seguir descubriendo la ciudad. Ya habria tiempo para eso.
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la primera forma de comercio entre los hombres
rosaura hernandez soto
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