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LIBRO LA BUENA ESPOSA PDF GRATIS

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Autor de la obra

Meg Wolitzer

Este autor, MEG WOLITZER , es reconocido dentro de esta rama sobre todo porque tiene más de un libro por los que es reconocido a nivel nacional, pero asimismo fuera de nuestras fronteras.

Es un gran conocedor de la temática, por eso entre los géneros literarios que normalmente acostumbra escribir está/n 2018 FICCION COMTEMPORANEA JUVENIL .

¿A qué categoría/s pertenece esta obra?

Esta obra puede clasificarse en cantidad de categorías, pero una de las más esencial es:
2018 FICCION COMTEMPORANEA JUVENIL

Poco a poco más gente están decidiéndose por leer estos géneros, en los últimos años, el número de personas que adquiere libros que tienen mucha relación con estas categorías ha crecido considerablemente, hasta llegar a convertirse en uno de los géneros con más número de ventas en el mundo, y por eso mismo imaginamos que tienes interés en descargar de forma gratuita el libro.

LA BUENA ESPOSA ha alcanzado llamar la atención en muchos de estos géneros y se han transformado en un libro referente en alguna de ellas, debido en gran parte a la enorme experiencia de este escritor, como ya conoceréis, es un redactor muy popular en estos géneros.

¿Qué precio tiene LA BUENA ESPOSA?

Esta obra la puedes adquirir sin gastar apenas dinero puesto que ahora mismo vale este libro tiene un precio en el mercado.

Como has podido ver, el costo es irrisorio para el genial contenido que posee este ejemplar.

Este libro tiene de las que mejores proporciones calidad/precio tiene en las categorías: 2018 FICCION COMTEMPORANEA JUVENIL

Nota de los lectores

Este libro posee una puntuación puesta por personas entendidas, la nota de este libro es: 7,5/10.

Todo el mundo que han puesto nota esta obra son profesionales de este género y han leído LA BUENA ESPOSA online antes de dar su opinión, de esta manera, estamos 100 % seguros de que esta valoración es la idónea y por esta razón se la ofrecemos.

Resumen de LA BUENA ESPOSA

Ahora te ofrecemos un interesante fragmento para que puedas conocer más sobre el libro antes de adquirir LA BUENA ESPOSA

Joan Castleman, mujer de un famoso escritor norteamericano, acompana a su marido a Helsinki, donde posiblemente le den un premio literario casi tan importante como el Nobel. Ya en el avion, el lector se entera de que pase lo que pase, despues de toda una vida juntos, ha decidido dejarle. Esta harta de el y de su egolatria. Al mismo tiempo empieza a rememorar como lo conocio en la Universidad donde era uno de sus profesores y como acabo casandose con el despues de separarse de su mujer anterior y de una hija pequena a las que abandono. Tambien ella ha tenido dos hijos con Joe, pero no se llevan bien con su padre. En un texto muy agil, tipico de Wolitzer, se van desarrollando dos temas paralelos: el triunfo literario de Joe y su pasion por las mujeres, y la frustracion creciente de una mujer que, de joven, queria convertirse en una gran escritora.

Más información sobre el libro

Puedes encontrar más para descargar libro la buena esposa

Para leer y descargar el libro "La buena esposa" puedes hacerlo gratis aquí.

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En este momento, vamos a ofrecerte datos interesantes sobre el libro que es posible que quieras ver antes de empezar a leer este libro, como por servirnos de un ejemplo puede ser, el número de páginas, el año de edición, dónde descargar LA BUENA ESPOSA, dónde leer en línea LA BUENA ESPOSA, y considerablemente más datos.

Resumen del libro

CUANDO DECIDI ABANDONARLO, aquel momento en que pense <>, estabamos a 10.000 metros por encima del mar, volando a toda velocidad pero con una extrana sensacion de quietud y tranquilidad. <>, podria haber dicho. Pero ?que sentido tenia arruinarlo todo en ese momento? Ahi estabamos, en medio del esplendor de la primera clase y cautelosamente distanciados de la ansiedad; no habia turbulencias, el cielo estaba brillante y pense que entre nosotros quiza iba sentado algun agente de seguridad aerea disfrazado de anodino pasajero, tal vez picoteando cacahuetes grasientos de un plato o cautivado por la prosa zombi de la revista de la compania aerea. Ya nos habian servido alguna bebida antes de despegar y estabamos los dos francamente colocados, con las bocas a medio abrir y las cabezas echadas hacia atras. Las mujeres de uniforme recorrian el pasillo arriba y abajo con sus cestas, como una flota de Caperucitas Rojas sexualizadas. -?Quiere un aperitivo, senor Castleman? -le pregunto una morena, inclinandose sobre el con unas tenacillas en la mano. Al ver como sus pechos se deslizaban hacia delante para retraerse despues, note que el antiguo mecanismo de la excitacion empezaba a zumbar en el como un afilador de cuchillos, una vision de la que he sido testigo mil veces en todas estas decadas-. -?Senora Castleman? -me propuso entonces la mujer, como si se le ocurriera de repente, pero la rechace. No queria ni sus galletas saladas, ni ninguna otra cosa. Ibamos directos hacia el final de nuestro matrimonio, hacia el momento en que conseguiria arrancar de un tiron las dos clavijas del enchufe, para separarme del marido con el que llevaba viviendo tantos anos. Volabamos hacia Helsinki, Finlandia, un lugar en el que no se piensa nunca, salvo que uno este escuchando a Sibelius o tumbado sobre el banco ardiente y humedo de una sauna, o comiendose un cuenco de reno asado. Ya habian distribuido los aperitivos, habian servido las bebidas y, a mi alrededor, las pantallas de video empezaban a encenderse. En ese momento, no habia ningun pasajero concentrado en la muerte, como lo habiamos estado antes, cuando, envueltos en el trauma del rugido y del olor a combustible, y en el coro distante de las Furias atrapadas en el motor, la mente de todos los pasajeros -Clase Turista, Business y Los Pocos Escogidos- se habia convertido en una deseando que el avion se alzara en el aire, como cuando el publico de un mago une su voluntad para que se doble la cucharilla que este sostiene. Es verdad que la cucharilla siempre se dobla, curvando el tallo como los tulipanes de flor pesada.

Y aunque los aviones no siempre alzan el vuelo, el de aquella noche si lo hizo. Las madres con ninos pequenos repartieron libros de colorear y bolsitas de plastico llenas de ganchitos, con su sedimento polvoriento en la parte inferior; los hombres de negocios abrieron sus portatiles y esperaron a que las pantallas dejaran de parpadear. Si era verdad que iba en el avion, el fantasmagorico agente de seguridad comio algo, estiro las piernas y encajo el arma bajo el cuadrado que formaba una manta acrilica electrizada, y nuestro avion se alzo en el aire hasta que permanecio suspendido a la altitud deseada. Fue entonces cuando por fin decidi abandonar a mi marido. Para siempre. Con seguridad. Al cien por cien. Nuestros tres hijos quedaban lejos, muy lejos, y nada me haria cambiar de idea, nada iba a asustarme. Me miro de repente, se fijo en mi cara y dijo: -?Que te pasa? Pareces un poco... No se. -No. No pasa nada -conteste-. Nada de lo que merezca la pena hablar ahora, en cualquier caso. Como la respuesta le parecio suficiente, volvio a su plato de aperitivos y retuvo el breve regueldo que le inflaba los carrillos como si fuera una rana. Resultaba dificil inquietar a ese hombre; tenia todo lo que se puede necesitar. Joseph Castleman era uno de esos hombres que dominan el mundo.

Ya saben a que me refiero: ese tipo de hombre que se convierte en un anuncio de si mismo, esos gigantes sonambulos que vagan por la tierra tumbando a los demas: hombres, mujeres, muebles, pueblos. ?Que mas da? Son duenos de todo, de mares y montanas, de volcanes temblorosos, de rios que se estremecen con delicadeza. Ese tipo de hombre admite muchas variedades: Joe pertenecia a la version del escritor, un novelista bajo, energico, de vientre abultado, que casi nunca dormia, que adoraba comer quesos cremosos, beber whisky y vino, liquidos que usaba para tragar esas pastillas que impedian que los lipidos de su sangre se solidificaran como las gotas de la fritura de ayer; el hombre mas entretenido que he conocido, alguien que no tenia ni idea de como cuidar de si mismo, o de nadie, y que debia buena parte de su estilo al Manual de higiene personal y buenas maneras de Dylan Thomas. Ahi estaba, sentado a mi lado en el vuelo 702 de Finnair, y cada vez que la morena le ofrecia algo lo aceptaba, todas las galletitas, los frutos secos ahumados, las esponjosas toallitas desechables enrolladas como si fueran la Tora, que desprendian vapor. Si la seductora mujer de las galletas se hubiera desnudado hasta la cintura y le hubiese ofrecido un pecho, metiendole el pezon en la boca con la firme autoridad de una comandante lactea, el lo habria aceptado sin preguntar nada. Por regla general, los hombres que dominan el mundo son sexualmente hiperactivos, aunque no necesariamente con sus esposas. En la decada de 1960, Joe y yo nos lanzabamos sobre cualquier cama en cualquier momento, a veces incluso durante un coctel; instalabamos una barricada ante la puerta de la habitacion y luego escalabamos la montana de abrigos. La gente aporreaba la puerta para recuperarlos, y nosotros nos reiamos y siseabamos para pedir silencio e intentabamos subirnos las cremalleras y encajar la ropa en su sitio antes de dejarlos entrar. Llevabamos tiempo sin eso, aunque quien nos hubiera visto en aquel avion que volaba hacia Finlandia habria dado por hecho que estabamos contentos, que por las noches aun nos toqueteabamos los cuerpos maduros. -Oye, ?quieres otra almohada? -me pregunto. -No, odio estas almohadas de juguete -conteste-. Ah, no te olvides de estirar las piernas como te dijo el doctor Krentz. Quien nos viera alli -Joan y Joe Castleman, de Weathermill, Nueva York, ocupando los asientos 3A y 3B- sabria exactamente por que viajabamos a Finlandia. Incluso podria envidiarnos: a el por todo el poder envasado al vacio en su cuerpo voluminoso y grueso; a mi por tener acceso a el las veinticuatro horas del dia, como si un escritor famoso y brillante fuera una tienda de abastos para su esposa, un lugar en el que ella pudiera meterse de vez en cuando para tomar un Gran Trago de un intelecto asombroso, y de ingenio y emocion. La gente solia pensar que eramos una <> pareja y supongo que lo fuimos hace mucho, pero mucho tiempo, mas o menos cuando se hizo el primer boceto de los dibujos murales en las paredes desnudas de las cuevas de Lascaux, cuando aun no se habian trazado los mapas de la tierra y todo parecia esperanzador.

Pero pronto pasamos de la gloria y el amor propio de cualquier pareja joven al estanque lleno de algas verdes que suele conocerse delicadamente con el nombre de <>. Aunque ahora tengo 64 anos y soy practicamente tan invisible para los hombres como el revoloteo de una mota de polvo, en otro tiempo fui una muchacha rubia, de grandes pechos y esbelta, dotada de una cierta timidez que atrajo a Joe hacia mi como si fuera un pollo hipnotizado. No presumo de nada: a Joe siempre lo atrajeron las mujeres, de cualquier clase, desde el mismo momento en que llego al mundo en 1930 a traves del tunel de la matriz de su madre. Lorna Castleman, la suegra a quien nunca conoci, era demasiado gorda, sentimentalmente poetica, posesiva, y queria a su hijo con la exclusividad de una amante. (Algunos de los hombres que dominan el mundo, en cambio, fueron ignorados durante la infancia; pasaban la hora de la comida en el patio del colegio sin un triste sandwich.) No solo Lorna lo queria, tambien sus dos hermanas con quienes compartia piso en Brooklyn, junto con Mims, la abuela de Joe, una mujer con la complexion de un reposapies cuya aspiracion a la fama se basaba en su capacidad de cocinar un <>. Su padre, Martin, un inutil que siempre estaba suspirando, murio de un infarto en su zapateria cuando Joe tenia siete anos, dejandolo cautivo de aquella peculiar colonia femenina. Un caso tipico fue el modo en que le dijeron a Joe que su padre habia muerto. Acababa de llegar a casa del colegio y, al encontrar la puerta abierta, entro directamente. No habia nadie, algo inusual para un hogar en el que siempre habia una mujer u otra, siempre encorvadas y atareadas como los duendecillos del bosque. Joe se sento a la mesa de la cocina y se comio el bizcocho amarillo de la merienda con ese estilo lunatico y estupefacto propio de los ninos, con una constelacion de migas en los labios y en la barbilla. Al poco se abrio de nuevo la puerta de entrada y aparecieron un monton de mujeres. Joe escucho su llanto, sus narices que sonaban con estrepito, y luego en la cocina se apinaron en torno a la mesa. Tenian los rostros inflamados, los ojos inyectados en sangre, los peinados deshechos. Habia sucedido algo grande, lo sabia, y en su interior se desperto el sentido del drama, de un modo casi placentero al principio, aunque eso cambiaria de inmediato.

Lorna Castleman se arrodillo junto a la silla que ocupaba su hijo, como si fuera a declararse. -Ay, mi ninito valiente -le dijo en un susurro ronco, toqueteandole los labios con un dedo pegajoso para retirar las migas-, nos hemos quedado solos. Y bien solos estaban; las mujeres y el nino. El estaba solo por completo en aquel mundo femenino. La tia Lois era una hipocondriaca que se pasaba los dias en compania de una enciclopedia domestica de Medicina, enfrascada en los nombres sensuales de las enfermedades. La tia Viv, provocativa y siempre obsesionada con los hombres, dandose la vuelta a menudo para mostrar la palida extension de su espalda, revelada entre las mandibulas abiertas de una cremallera descorrida. Mims, la abuela anciana y minuscula, estaba en medio de todo, mandando en la cocina, desensartando del pecho de ternera el termometro especial para guisos como si fuera Excalibur .

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