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Autor de la obra
Este autor, MARIANA ENRIQUEZ , es reconocido dentro de esta rama sobre todo porque tiene más de un libro por los que es reconocido a nivel nacional, pero asimismo fuera de nuestras fronteras.
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2019 CUENTOS
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Resumen de ESE VERANO A OSCURAS
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Un calor que no da tregua. Una noche cuya oscuridad se alarga. La adolescencia y su rebeldia y las primeras experiencias.
Más información sobre el libro
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Resumen del libro
La ciudad era pequena pero nos parecia enorme sobre todo por la Catedral, monumental y oscura, que gobernaba la plaza como un cuervo gigante. Siempre que pasabamos cerca, en el coche o caminando, mi padre explicaba que era estilo neogotico, unica en America Latina, y que estaba sin terminar porque faltaban dos torres. La habian construido sobre un suelo debil y arcilloso que era incapaz de soportar su peso: tenia los ladrillos a la vista y un aspecto glorioso pero abandonado. Una hermosa ruina. El edificio mas importante de nuestra ciudad estaba siempre en perpetuo peligro de derrumbe a pesar de sus vitrales italianos y los detalles de madera noruega. Nosotras nos sentabamos enfrente de la Catedral, en uno de los bancos de la plaza que la rodeaba, y esperabamos algun signo de colapso. No habia mucho mas que hacer ese verano. La marihuana que fumabamos, comprada a un dealer sospechoso que hablaba demasiado y se hacia llamar El Super, apestaba a agroquimicos y nos hacia toser tanto que con frecuencia quedabamos mareadas cerca de las puertas custodiadas por gargolas timidas. Nunca fumabamos apoyadas contra las paredes de la Catedral, como hacian otros, mas valientes. Le teniamos miedo al derrumbe. Ese verano la electricidad se cortaba por orden del gobierno, para ahorrar energia, en turnos de ocho horas. Mi padre, que no podia dejar de explicar cosas que no entendiamos del todo, nos habia dicho que de las tres centrales energeticas del pais solo funcionaba una, y poco, y mal. Para las otras dos hacia falta dinero de inversiones, y el pais no iba a conseguir ni un peso porque debia demasiado a acreedores extranjeros. Entonces: no iban a funcionar. <>, pregunte una tarde, llorando.
?Que queria decir deuda externa? Eran las palabras mas feas y tristes que podia imaginarme. No habia cines. No habia musica. No nos dejaban caminar por algunas calles demasiado oscuras. A veces la electricidad no regresaba despues de las ocho horas prometidas y estabamos a oscuras un dia completo. Los partidos de futbol se jugaban de dia. No habia baterias ni grupos electrogenos para alquilar en toda la ciudad. La television duraba apenas cuatro horas, hasta la medianoche y ya no pasaba buenas peliculas. Yo no queria vivir asi. Tambien subian los precios. Si compraba cigarrillos para mi madre por la manana, costaban dos pesos; a la tarde, el mismo paquete costaba tres. Los nombres de nuestro fin del mundo eran crisis energetica, hiperinflacion, bicicleta financiera, obediencia debida, peste rosa. Era 1989 y no habia futuro. A los 15 anos, cuando una chica no tiene futuro toma el sol con todo el cuerpo cubierto de Coca-Cola y a la piel pegoteada se acercan las moscas. O se enamora de la muerte y se tine el pelo y los jeans de negro.
Si puede se compra un velo y guantes de encaje. Algunas de mis companeras de colegio se pasaban las tardes bronceandose para una playa imposible. Virginia y yo solo usabamos la pileta cuando el calor era selvatico, para refrescarnos. Preferiamos la ropa negra y la palidez. Volviamos a nuestras casas siempre tarde. Si nuestros padres nos retaban, lo hacian sin entusiasmo. No recuerdo demasiado a los padres ese verano, salvo al mio con sus explicaciones de lo inexplicable. Los demas o estaban buscando trabajo o estaban deprimidos en la cama o tomando vino frente al televisor apagado o en algun consulado intentando conseguir una ciudadania europea para escaparse, cualquier ciudadania europea, si era italiana o espanola mucho mejor. Virginia y yo nos obsesionamos con los asesinos seriales ese verano. Habiamos conseguido un libro en la feria que se montaba los domingos en la plaza frente a la Catedral. Estaba entre un monton de basura: cubos Rubik, mazos de cartas muy usados, adornos de cobre, llamadores de bronce con seguridad robados de puertas antiguas, botellas de colores, pulseras de plastico, collares de abuela. Algunos de los objetos se vendian, pero otros se podian canjear: nadie sabia exactamente cuanto valia el dinero, asi que el trueque resultaba mas razonable. El libro de asesinos seriales era barato y estaba muy manoseado. Le dedicaba un capitulo a cada uno de los mas famosos. Lo hojeamos primero con curiosidad y despues con deleite.
Solo habia fotos de ellos, de los asesinos, pero los crimenes se explicaban en detalle y hablaban de cinturones hechos con piel y decorados con pezones y de sexo con chicas muertas en bosques oscuros. Lo cambiamos por dos platos de porcelana de Limoges de la coleccion incompleta de mi abuela. Leimos en el fresco de las escaleras del edificio. Esa noche, yo saque el tema en la cena a la luz de las velas, sobre el pure de papas y un churrasco demasiado cocido. <
?Acaso no recordaban a Carlitos Cara de Angel, el adolescente hermoso y maligno que en los 70 habia asesinado a serenos y guardias nocturnos cuando salia a robar? Se acordaban, vagamente. El calor atontaba a la gente, igual que la muerte. Mas que de Carlitos y sus rizos de oro, nos hablaban de un hombre monstruo, asesino de ninos en los anos 30, un hijo de italianos de orejas enormes que dormia con cadaveres de pajaros bajo la cama y habia muerto en la carcel de Ushuaia. (Mi padre queria mudarse a Ushuaia: decia que alla, en el fin del mundo, habia trabajo). Pero !quedaban tan lejos los anos 30! No eran otro tiempo, eran otro planeta. ?Ni uno ahora? ?Ni un contemporaneo? Ninguno. Habia criminales crueles pero mataban a sus mujeres, a su familia, por venganza, por dinero, por celos, por machistas cerdos, como decia mi madre. No mataban con metodo ni por puro placer ni por necesidad ni por ansiedad ni por compulsion. Cuando insinuamos que podian considerarse asesinos seriales a los dictadores, se enojaron mucho con nosotras. Es una falta de respeto lo que dicen. Mi mama piensa eso, dije yo. Lo habra dicho sin pensar, me contestaron. Otros callaban, pensando que, durante la dictadura, al menos no se cortaba la luz. Virginia y yo, lo admito, no hablabamos de otra cosa. Todo nos parecia terrible y dificil de creer, como si fuesen rituales de una especie diferente.
Las lamparas para leer hechas de piel, de cuero humano, que habia fabricado Ed Gein despues de despellejar a sus victimas; los cadaveres que John Wayne Gacy enterraba bajo el parque y su maquillaje de payaso cuando actuaba en fiestas infantiles; Ted Bundy y sus chicas de pelo largo, todas lindas, todas tan parecidas, una coleccion de munecas destrozadas y abandonadas en las montanas. Richard Ramirez, que se metia en las casas por la noche, silencioso como una sombra y hermoso como un demonio del polvo. <>, le dije a Virginia una vez, mientras mirabamos su foto: los ojos achinados, las caderas de estrella de rock, los pomulos como acero. De noche, me rodeaba el cuello con mis propias manos, en la cama, la cabeza sobre la almohada, y pensaba que las manos eran las de Richard, y que el apretaba hasta sacarme todo el aire, hasta romperme las vertebras. Yo sabia que, ademas, habia violado a las mujeres, pero eso nunca aparecia en mis fantasias nocturnas, que eran delicadas y virginales. Mis padres quisieron tirar el libro a la basura una vez. No habia bastante muerte ya, acaso, decian, hablaban de la dictadura y los torturadores; no entendian que a Virginia y a mi nos gustaba otro tipo de infierno, un infierno irreal y ruidoso, uno de mascaras y motosierras, de pentagramas pintados con sangre en la pared y cabezas guardadas en la heladera. Nuestra rutina era sencilla. De dia buscabamos la frescura en la sombra y, si resultaba imposible, nos banabamos en la pileta; jamas tomabamos sol. Al atardecer nos sentabamos en la vereda o en la plaza y si por milagro alguna conseguia pilas, escuchabamos musica en el grabador. Yo extranaba la musica mas que cualquier otra cosa, mis casetes prolijamente etiquetados que estaban muertos en el cajon porque si la electricidad volvia a la noche apenas podia escuchar unas pocas horas, en casa tenian que dormir, mis auriculares estaban rotos y no podia comprarme otros. Si ninguna conseguia pilas, que era lo mas normal, leiamos nuestro libro de asesinos seriales en voz alta. En la plaza frente a la Catedral inestable fumabamos cigarrillos robados a padres y madres y tios. Tambien fumabamos en la escalera de mi edificio, que siempre estaba fresca. Nadie nos prohibia fumar tabaco.
No se veia nada en la escalera, pero al menos no hacia calor porque jamas daba el sol: tapaba la luz otro edificio y, ademas, las escaleras no tenian ventanas. En la oscuridad, las brasas se encendian con cada pitada, anaranjadas como luz de luciernagas, y cuando alguien bajaba la escalera, a veces con una linterna, otras tanteando las paredes, no nos prestaba atencion. Nadie nos prestaba atencion. Si preguntaban por el punzante y todavia desconocido (para los adultos) olor a marihuana, les deciamos que era incienso y se lo creian. Ellos mismos le compraban incienso a los hippies de la plaza donde se vendian objetos inutiles, a veces para ofrendarselo a algun santito de yeso, a san Cayetano o a la Virgen, pidiendo trabajo. Era aburrido ese verano del apocalipsis y no se terminaba nunca. Todo cambio cuando mi vecino del septimo piso, a quien conociamos solo como Carrasco, mato a su mujer y a su hija. Lo hizo por la noche y nos enteramos a la manana siguiente: habia policia y bomberos por todos lados. El se escapo de madrugada y las pocas horas de transmision televisiva mostraban el identikit de su cara todo el tiempo, incluso se ofrecia recompensa. Aqui es necesario abrir un pequeno parentesis. Hacia dos anos que mis padres y yo nos habiamos mudado a ese barrio de edificios que llamaban Las Torres. No eran viviendas sociales: esos proyectos bienintencionados no se hacian mas en nuestro pais. Eran solo viviendas baratas. Edificios de mas de quince pisos con paredes muy finas que dejaban escapar todos los sonidos, los gritos, los gemidos de placer, las peleas, los llantos de los bebes, algun instrumento. Todos los departamentos eran iguales: un living comedor, una cocina pequena junto a la puerta de entrada y una habitacion grande, que la mayoria de las personas dividia en dos con un ropero o un biombo.
Las cocinas tan cercanas a la puerta de salida provocaban un efecto indeseado: los pasillos olian a comida y eso estaba bien si alguien preparaba un rico tuco o alguna delicia especiada, pero era espantoso, daba nauseas, cuando quedaban flotando en el aire las fritangas, los pescados, el coliflor hervido, incluso la carne a la plancha que, al principio, huele deliciosa pero cuando se estanca insinua un poco de podredumbre. Virginia vivia en el septimo piso, el del asesino y su familia. Ella no compartia la habitacion unica con sus padres: dormia en el living. A mi me parecia mejor: tenia privacidad. Cuando se lo sugeri a mi padre, parecio dolido, ofendido quiza. Quiso saber si el departamento me parecia poco; me pidio perdon por estar desocupado y por ser pobre. Yo solo le repeti la verdad: que preferia el living porque ahi estaba la television y, si habia luz, podia verla; tambien podia leer hasta tarde sin molestarlos o escuchar la radio bajito. El no parecio convencido. Murmuro algo sobre la promiscuidad y este pais me tiene harto, ya nos vamos a ir si podemos, hija. Cuando hablaba de irse, venia siempre un discurso sobre el error que habia cometido mi abuelo espanol al nacionalizarse argentino. Al hacerlo, me habia quitado a mi, su nieta, la posibilidad de heredar el pasaporte deseado porque el estado espanol solo reconocia el derecho nacional de los hijos. A mi me daba igual. Yo no queria irme a Espana. Queria dormir en el living y poder volver a escuchar musica. Mi padre hablaba del futuro pero yo no lo entendia.
Era tan lejano como los anos 30 y el asesino de ninos que habia muerto en Ushuaia. Mi padre se preocupaba demasiado, igual que la madre de Virginia, que se la pasaba en camison y preguntandose en voz alta que iban a hacer sus hijos, que iban a hacer ellos, que iba a pasar. La madre de Virginia me daba verguenza; a Virginia tambien. Una vez la encontramos agitada en la escalera con las lagrimas secas en las mejillas; estaba gorda y le costaba subir los diez pisos hasta su departamento con las bolsas de la compra. La ayudamos sin decir nada. Por supuesto, el edificio tenia ascensor pero, ?si cortaban la electricidad y alguien se quedaba adentro? Pasaba seguido en otros edificios, se decia y a veces los bomberos tardaban horas en llegar. De vez en cuando nos organizabamos para subir las bolsas de a poco y los mas jovenes haciamos competencias de quien podia subir mas pisos corriendo sin detenerse. Yo podia subir apenas cinco: tenia que parar, con la espalda empapada, la lengua afuera y el corazon rompiendome las costillas. Virginia, que jugaba al volley, llegaba hasta el septimo sin dificultades. Al lado de los edificios habia un pequeno y mal abastecido centro comercial. La carniceria y pescaderia --era un solo comercio-- tenia apenas merluza, algunos pollos muy pequenos, mal alimentados, y la carne de vaca era dura y fibrosa, solo servia para milanesas o estofado. La verduleria era mejor, pero la fruta estaba muy cara. Y el kiosco era el unico lugar divertido porque Pity, el dueno, siempre ponia chocolates en oferta, compraba flores y tenia Rolito, una marca de hielo seco en bolsas que permitia mantener fresca la cerveza. Todos lo queriamos a Pity, sobre todo desde que un vecino viejo y patetico lo habia despreciado por maricon. <
El complejo de departamentos barato tenia una pileta de natacion: ahi era donde flotabamos en perpetua lucha contra el calor. El problema era que, segun las normas de seguridad mas basicas, debia haber un banero en la pileta, aunque no era muy profunda. Y tambien alguien que la limpiara para evitar el agua estancada. Los vecinos no podian pagar a ese empleado, entonces lo hacian ellos mismos, pero lo hacian mal. Y el agua tenia cierto tufo, la superficie turbia, bichos muertos flotando en los rincones. Siempre alguien cuidaba a los mas chicos y pedia por favor que nadie corriera alrededor de la pileta, porque si caian al agua podian ahogarse o romperse la cabeza contra uno de los bordes. Dudo que los cuidadores espontaneos supiesen nadar. Mi padre se ocupo de la pileta durante un tiempo y el no sabe nadar. Carrasco, el asesino, siempre iba a la pileta. Nadaba como un profesional, daba largas brazadas y salia sacudiendose como un perro. Tambien limpiaba de bichos y habia instalado una bomba precaria para renovar el agua que se tapaba mas de lo que funcionaba. No hablaba mucho, pero parecia agradable. Nadie sabia de que trabajaba, pero ese ano pocos hombres trabajaban. Su mujer y su hija no venian a la pileta y el no explicaba por que. Suponiamos que no les gustaba el sol, como a nosotras, o les hacia mal porque ambas, especialmente la esposa, eran muy palidas.
Mas que Virginia y yo incluso, y eso que intentabamos ser criaturas de la noche, con nuestros guantes de encaje y los anteojos negros. Virginia decia que ellos, en el septimo, nunca habian escuchado peleas. Solamente musica porque ella, la esposa, era o habia sido bailarina. Por lo demas, eran una familia pequena y silenciosa, ni siquiera delatada por los olores de la cocina. Debian cocinar mucho arroz y muchas pastas, alimentos sin olor, que no dejaban rastros en el aire del pasillo. * * * El crimen fue bueno para todos. Las cuatro horas de television de cada noche se dedicaban unicamente a Carrasco y su familia asesinada. Cuando terminaba la transmision, la expectativa, las ganas de esperar por mas detalles del caso al dia siguiente ayudaban a pasar la noche. A olvidarse, por ejemplo, de que Pity, el kiosquero que todos queriamos, estaba en el hospital de vuelta, la ambulancia habia venido, ya sin sirena, y decian que esta vez no regresaria a su casa. Nosotras creiamos que la familia deseaba que se muriera porque cada vez iban menos clientes al kiosco: despues de la pelea con el viejo, se supo que tenia sida. Nosotros lo apreciamos mucho, pero no nos queremos enfermar, es una barbaridad que toque las cosas que vende, le escuchamos decir a una mujer y Virginia quiso escupirla. No era la unica: algunos vecinos tenian miedo de contagiarse sida si compraban caramelos. Nosotras no. Nos habian explicado en el colegio como se contagiaba el virus y sabiamos que no se quedaba pegado de los chocolates ni de las bolsas de papas fritas. Tratabamos de explicarlo pero era inutil.
Odiabamos a la gente ignorante, y si podiamos conseguir dinero comprabamos en el kiosco galletitas y gaseosas y jugos en polvo, cualquier cosa artificial. Nos gustaba todo lo artificial, los caramelos Fizz que burbujeaban en la lengua, el helado sabor crema del cielo que era de color celeste, todo lo que se disolviera o creciera en el agua. Tambien nos gustaba Pity y no queriamos que se muriera. Era delgado y hermoso, tenia los dedos largos llenos de anillos y los ojos un poco amarillos, como los gatos. Yo le hable una tarde de los asesinos seriales y el sumo a la lista a Thierry Paulin, un frances que solo asesinaba ancianos en Paris. <
Me decepciono saber que era bailarina de folklore, de danzas criollas: yo creia que era ballerina clasica, la imaginaba en puntas de pie, con maquillaje teatral, rodete y cisne negro. En fin: igual nadie estaba demasiado preocupado por el destino de la pobre esposa bailarina teniendo en cuenta lo que Carrasco le habia hecho a la hija de ambos. Una nena mas chica que nosotras que siempre estaba en el colegio: iba a doble turno y volvia a su casa a las seis de la tarde, cuando ya era casi de noche. Usaba un uniforme muy extrano: en esa epoca, la mayoria de los colegios privados exigian el estandar de jumper gris, camisa blanca y mono o corbatin azul. La hija de Carrasco usaba un jumper de tela escocesa verde y camisa rosa palido. ?A que colegio iria? Alguno barato, parroquial. Nosotras ibamos a colegios publicos y no sabiamos nada de Dios ni de las monjas; jamas habiamos aprendido a rezar. Despues de que Carrasco mato a su mujer y a su hija, le pedimos a una vecina catolica que nos ensenara el Padre Nuestro. Rezamos en la escalera. Yo llore porque, pensaba, con nuestra obsesion por los asesinos habiamos atraido a la muerte, aunque Carrasco no era un serial. Llore sobre todo por la nena y su jumper verde, que le quedaba largo, seguramente porque era algunos talles mas grande y, cuando lo compraron, habrian querido ahorrar y que le durara por algunos anos.
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