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LIBRO EL HIJO DE LA COSTURERA PDF GRATIS

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Autor de la obra

Nacho Montes

Este autor, NACHO MONTES , es reconocido dentro de esta rama sobre todo porque tiene más de un libro por los que es reconocido a nivel nacional, pero asimismo fuera de nuestras fronteras.

Es un gran conocedor de la temática, por eso entre los géneros literarios que normalmente acostumbra escribir está/n 2020 FICCION HISTORICA LITERATURA Y FICCION .

¿A qué categoría/s pertenece esta obra?

Esta obra puede clasificarse en cantidad de categorías, pero una de las más esencial es:
2020 FICCION HISTORICA LITERATURA Y FICCION

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Nota de los lectores

Este libro posee una puntuación puesta por personas entendidas, la nota de este libro es: 7,5/10.

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Resumen de EL HIJO DE LA COSTURERA

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Ambientada en el San Sebastian y el Paris de principios del siglo xx y basada, en gran parte, en la historia del maestro Cristobal Balenciaga, esta novela es una conmovedora historia de amor, de secretos de amigos y de la divina y eterna ingenuidad de los veranos de la infancia.

Más información sobre el libro

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Resumen del libro

Getaria, 7 de junio Siempre llevaba un trozo de tiza en el bolsillo de sus pantalones cortos, cualquier rincon podia ser un lienzo improvisado para pintar un garabato, un patron o un retazo de vida. Cristobal saltaba de adoquin en adoquin, dejando un hueco en medio porque preferia los numeros impares, marcando un camino imaginario por el que le gustaba perderse durante horas, fabulando y sonriendo, brillase el sol o rugiese una tormenta. Sus bocetos de tiza vivian en la calle el tiempo que les permitia la lluvia. Habia llovido tanto aquella noche que los adoquines brillaban limpios como escamas de pescado fresco, convirtiendo la calle en un capricho de plata de un antiguo tesoro de piratas y leyendas. Cerraba los ojos y podia imaginar y casi escuchar el barullo de aquellos granujas, de patas de palo y parches en los ojos, en el puerto, trapicheando con las monedas y los chamarileros. Entre ellos, y como una aparicion, una dama delicada y segura recorria los puestos de la lonja bajo una sombrilla de chantilly. La vida ahi olia a mar, a un mar inmenso y bravo que si respirabas profundo entraba como un aguardiente que recorria en segundos hasta los confines de las entranas y te anclaba de golpe a la tierra del norte. Muchas mananas rompia su ensueno de piratas y aventuras el taconear de esa mujer exquisita sobre los adoquines brillantes. Los pasos firmes de los zapatos de salon encendidos de dona Micaela Elio y Magallon, marquesa de Casa Torres, sonaban al compas del repicar de las campanas de San Salvador. No habia nadie en el pueblo que no recorriese con la mirada, cada domingo, su paseo hasta el templo. Salia del palacio de Vista Ona, en su tilburi de cuero ingles, perfumada con agua de rosas y con sus vestidos largos y ricos, un mono alto como una torre de vigia y sus delicadas sombrillas de encaje blanco, como espumas marinas, para llegar hasta la puerta de la concurrida iglesia. Cristobal miraba en la distancia, detras de un arbol, la delicadeza con la que la marquesa bajaba de su calesa, abria la sombrilla, lloviese o hiciese sol, levantaba con la otra mano en un gracil recogido el bajo de su vestido marfil bordado con flores rosaceas y hojas de eucalipto, y caminaba firme y ligera, dejando a su paso un rumor de piropos suaves y de sonrisas templadas. Volvia a casa Cristobal saltando, sonriendo, imaginando como seria vestir a una dama como aquella. Y nada mas entrar en la cocina, su madre sentada al contraluz zurciendo un vestido mientras una olla bullia, cogia un carboncillo para plasmar en trazos agiles el ultimo vestido lucido por dona Micaela. --Cristobal, hijo, ayudame con estos botones que estoy muerta de cansancio y ya casi ni puedo enhebrar la aguja --exclamo Martina, soltando un pequeno resoplido y levantandose, como pesada, para retirar del fuego el puchero.

--?Con que hilo los quieres, mama? --pregunto el nino sin levantar la vista de su carboncillo, en el que un vestido de mikado de raso, con los bordados de dona Micaela, parecia cobrar vida. --?De que color va a ser, hijo? Pues marron, como los botones --sentencio la madre. Cristobal miro de reojillo a su madre, que seguia de espaldas sobre el fogon de la cocina y sonrio burlon alzando la vista al techo. Despues firmo el boceto con un garabato ligero, lo guardo en una carpeta de carton y lo metio en el cajon en el que su madre tenia los hilos y los botones. Ese cajon era propiedad de ambos, y eso le hacia feliz. --Mama, ?cuando volvemos al palacio? --pregunto mientras sacaba los platos de la alacena para poner la mesa, era ya la hora de cenar. --Manana, hijo, ?me acompanaras? --Claro, mama --exclamo con una sonrisa de extrema felicidad. --Antes de ir tengo que terminar de rematar los ojales de una blusa y montar ese abrigo, las piezas ya estan cortadas --dijo Martina, senalando unas piezas de un pano de lana calido y azulado. --En cuanto acabemos de cenar, mama, te ayudo y lo dejamos terminado, asi manana no tienes que madrugar. --Me parece bien, hijo --respondio Martina con una sonrisa agradecida. Cristobal se acerco a la maquina de coser, miro las piezas, las toco suavemente, como el que toca un juguete para que cobre vida, e imagino a los ninos de Vista Ona, vestidos de domingo para uno de esos almuerzos al sol en los que la marquesa de Casa Torres reunia en el jardin del palacio a la alta burguesia, artistas de postin y algun miembro de la casa real que, alentados desde hacia tiempo por la reina Maria Cristina, pasaban sus vacaciones de verano en la costa guipuzcoana. 2 Martina Eizaguirre Embil, costurera, madre y viuda de Jose Balenciaga Basurto, habia aprendido a sacar adelante su pequeno hogar del numero 10 de la calle Zacayo, una casita sencilla y curiosa de Getaria, el mismo dia que su marido murio de un derrame cerebral. No faltaba ningun dia un puchero de legumbres o verduras en el fuego, ni un vasito con alguna flor fresca puesta en agua sobre la mesa camilla de la salita, ni una sonrisa de amor cuando cualquiera de sus tres hijos --habia perdido a dos ninas en su infancia-- reclamaban un beso o una caricia. Jose Balenciaga, marino, curtido en la mar tantos anos de pescador y que habia sido tambien el alcalde de Getaria el mismo ano en que nacio Cristobal, cambio la crudeza de su oficio marinero para conseguir ser patron de una escampavia guipuzcoana, esas embarcaciones de vigilancia aduanera que mantenian el orden y la normalidad bajo el estricto y seguro presupuesto del Ministerio de Hacienda y de Marina. Ese cargo le hacia codearse con soltura con los miembros de la aristocracia y de la monarquia.

Ese cargo hizo tambien que su mujer incrementase sus trabajos de costurera con muchas de las grandes damas de la alta sociedad que confiaban en su discrecion, en su honradez y en su maestria con la aguja. Esa maestria era precisamente lo que habia hecho que la marquesa de Casa Torres empezase por encargarle pequenas composturas, arreglos de bajos, cambios de botones y sencillos remiendos para acabar confiando en su buen hacer con el diseno y la compostura de sus trajes de verano y los de los ninos de la familia. Muchos de esos vestidos, a menudo influenciados por las casas de costura de Paris a las que era asidua, los lucia en sus fiestas y reuniones y cuando le preguntaban por ellos las damas de la sociedad, la marquesa esbozaba una amplia sonrisa. Nada le hacia mas feliz que saber que en Getaria habia encontrado la aguja perfecta para todos sus caprichos. Todas esas damas de la alta sociedad que veraneaban en el Pais Vasco, y las reinas Maria Cristina y Victoria Eugenia, eran clientas habituales de los establecimientos de moda mas punteros de San Sebastian, como las Hermanas Mugica o Paulina Alfaro o la renombrada sastreria Casa Gomez. Por eso, que un dia la marquesa de Casa Torres decidiese encargar a Martina, una costurera sencilla de pueblo, trabajos mucho mas importantes que un cambio simple de botones o algun remiendo, le hacia sentirse como una elegida. Se habia parado tantas veces delante de los escaparates de todas esas casas de costura que ya tenia cogido perfectamente el estilo de cada corte, de las sisas, de los bodoques y las pecheras que llegaban de Paris cada temporada para instalarse en San Sebastian, cuna estival del buen gusto y las fiestas de la alta sociedad. 3 Termino Cristobal de cenar, ayudo a su madre y a su hermana Agustina a recoger la cocina, y sin que hubiese dado tiempo ni a que Martina se sentase, ya estaba ensamblando las piezas del pequeno abrigo de pano azul pastel. --Tienes que rematar las mangas y el cuerpo antes de unirlos, Cristobal, para que quede perfecto. --Martina explicaba todo con suave calma, como si nada pudiese alterar el mundo cuando ella hablaba. --?Que botones le vamos a poner al abrigo, mama? --Esos de nacar que he dejado en la tapa de la lata roja --respondio ella, senalando la mesa junto a la ventana. Esa mesa por la que entraba la luz del sol en las mananas de invierno y en la que madre e hijo se sentaban a coser juntos tantas veces. Bueno, a coser Martina, porque Cristobal observaba y dibujaba sin dejar de escuchar cada palabra de su madre. En muchas ocasiones, anotaba dudas al margen de sus hojas, sencillas nociones que podian ser la clave del exito de una prenda, como en las recetas de confiteria que habia dejado escritas su abuelo en esos papeles que amarilleaban por los bordes y que Martina seguia guardando en la cocina en una lata de galletas holandesas. Cristobal sabia que debia recordar muchas veces esos pasos exactos, porque, como decia su madre: <>.

Miro los botones de nacar que le habia senalado y sin estar muy convencido abrio el cajon de los hilos y rebusco; recordaba que habian quitado a un viejo guardapolvos unos botones enormes, de color caramelo. No paro hasta encontrarlos. --Mama, ?me dejas que tambien te cosa los botones? --pregunto en la distancia. --Esta bien --respondio ella como aliviada, acomodandose en la butaca y abriendo su cuaderno de notas para organizar las composturas de la semana. Tenia tres encargos aun pendientes del palacio y dos visitas a Zarautz a casa de dos clientas, amigas de la marquesa, que habian solicitado que les tomase de nuevo medidas para unos trajes simples de recreo, de algodon rayado, para jugar al tenis. No sabia, con las tallas que recordaba de aquellas hermanas, si jugarian al tenis o se inflarian a emparedados de rosbif en los jardines de Vista Ona, pero si sabia que quedarian perfectos con esa nueva tela marinera, de algodon trenzado, que habia encontrado en San Sebastian. Mientras su madre se organizaba la semana, Cristobal hundia sutil la aguja en la lana, con destreza, para dejar cosidos los cuatro botones y que su madre viese el resultado completo antes de protestar. Mientras lo hacia, en su cabeza rondaba una y otra vez como seria vestir a dona Micaela. Habia sonado mil veces con ella luciendo un vestido suyo cualquier domingo en la iglesia. Porque muchos domingos, mientras vigilaba en la distancia su llegada al templo, habia querido correr y preguntarle si le dejaba que le disenase un vestido bonito como esos que ella se compraba en Paris. Pero nunca habia encontrado el valor, quiza por no incomodarla, quiza pensando que su madre le reprocharia semejante abuso. Termino con el ultimo, abotono el abrigo cruzado, estiro los brazos cogiendolo de los hombros para mirarlo en la distancia, ladeo la cabeza, y esbozo una sonrisa. --!Listo! --exclamo, llamando la atencion de su madre. Su hermano Juan levanto la mirada un segundo por encima del libro que estaba leyendo tirado en el sofa. Agustina se incorporo.

Martina miro frunciendo el entrecejo, pensativa, no sabia si la penumbra de la salita le estaba jugando una mala pasada, se levanto y cogio el abrigo con asombro. --Cristobal, te has equivocado de botones... --?Te gustan? --pregunto el, interrumpiendo a su madre y sonriendo. --?De donde han salido? --indago ella, arqueando las cejas en un signo claro de admiracion. --Los quitamos de aquel viejo guardapolvos verde que deshicimos hace unos meses para convertirlo en una capa corta, ?no te acuerdas, mama? Eran tan bonitos que los guarde en el cajon de los hilos. Martina asintio con la cabeza, se fue hacia la mesa, envolvio el abrigo en un papel blanco, limpio e impoluto, y sonrio orgullosa antes de besar a Cristobal para darle las buenas noches. --Esta precioso, hijo, precioso. Vamonos a dormir todos, que manana tenemos muchas cosas que hacer. --Buenas noches, mama, que descanses --susurro el antes de meterse en su habitacion. Se sentia orgulloso y feliz, muy feliz. --Buenas noches, madre, yo aun me quedare leyendo un rato --dijo Juan. --Buenas noches a todos --se despidio Agustina. Desperto al oir toser a su madre, una tos ronca y dura, como de ultratumba. Y corrio hacia su cama. La encontro, palida, acurrucada bajo la manta, con tiritona. Agustina y Juan ya habian salido temprano a trabajar.

Ambos ayudaban a sostener la economia familiar desde que fallecio su padre. --Hijo, estoy que no tengo ni fuerzas para levantarme, me desperte a medianoche con un ataque de tos y destemplada, debo haber cogido frio con la tormenta. --?Quieres que vaya a Vista Ona y deje recado de que volveremos otro dia? --pregunto, sacando una manta mas del armario y arropando a su madre. --Ve, pero llevate el vestido y el abrigo, en el palacio te daran el recibi, y le dices a la marquesa que me disculpe y que la vere a final de semana en cuanto me haya recuperado de este resfriado. --Muy bien, mama, tu no te muevas de aqui que vuelvo enseguida y te traigo un pastel de manzana reciente para el desayuno. --?Y a donde me iba a ir, hijo? --pregunto Martina con media sonrisa, viendo como Cristobal salia corriendo ya, con los encargos en la mano. Vista Ona chispeaba bajo el sol del verano. Sus ladrillos bicolores esmaltados reflejaban el optimismo de un cielo, el del norte, que volvia a tintarse de intenso azul nada mas escampar cualquier tormenta. Cristobal llego jadeante hasta el umbral de su puerta, sobre la escalinata, bajo una pergola que en verano estaba llena de flores blancas que desprendian un olor dulce e intenso. No era jazmin, en el norte no aguantaba las temperaturas, pero era una especie poco comun en la zona que los jardineros de palacio habian traido de algun lugar, para llenar las fiestas de los marqueses de esas simuladas damas de noche que olian a miel. --Buenos dias, Cristobal --saludo la doncella, abriendo la puerta de par en par. --Buenos dias, senora, mi madre me envia con los encargos de dona Micaela porque esta en la cama, enferma. Me pide que la disculpe y le diga que volvera en cuanto se recupere. La marquesa, que escuchaba desde el salon principal a Cristobal y su discurso acelerado, aun jadeante de la carrera desde casa al palacio, salio al jardin preocupada. --?Que le pasa a tu madre, Cristobal? --pregunto mientras abria el papel blanco que envolvia el abrigo.

--No es grave, dona Micaela, es un resfriado --se apresuro a tranquilizarla. --Son estas tormentas del norte, anoche refresco tanto que tuvimos que encender la chimenea para la cena --dijo la marquesa antes de admirar, encantada, el abrigo azul en el que brillaban, encendidos, los botones como caramelos--. Que maravilla de madre tienes, que bonito ha quedado, jamas habria imaginado estos botones en un abrigo celeste, dale mi enhorabuena, hijo. --Muchas gracias, asi lo hare --respondio lleno de gozo, henchido por aquel piropo de la marquesa. --Carino, cuida mucho a tu madre, trabaja demasiado. ?Que hareis cuando se vaya haciendo mayor? --Cuidarla y trabajar mucho, como mis hermanos, para que ella descanse y sea feliz --dijo sin titubear. --?Que quieres hacer en la vida, hijo? --pregunto la marquesa, orgullosa de aquella respuesta tan madura. --Me gustaria hacer vestidos bonitos, como estos que usted lleva siempre --contesto Cristobal, ensalzando el lino rico del vestido de manana que llevaba la marquesa. Ella sonrio con tierna incredulidad. --?Sabes coser? --pregunto ella, admirada. --Si --respondio contundente. La marquesa lo miro con ternura, los dos guardaron unos instantes de silencio, el tiempo se detuvo de golpe en el jardin. --Si me deja, podria copiar el traje que lleva usted puesto ahora mismo, solo necesito un poco de tiempo y una buena batista de lino --afirmo el nino rotundo. --!Que cosas tienes, Cristobal! --exclamo ella sin dejar de observarle curiosa. --Apuesto a que le gustaria comprobarlo --sentencio el sin dudar ni una palabra y viendo como la marquesa ladeaba la cabeza pensativa, esbozaba una sonrisa y le tendia su mano firme y energica.

Cristobal dudo un segundo si besarla o estrecharla como hacian los hombres en los pactos de caballeros y sabiendo el caracter decidido de la marquesa, opto por la segunda opcion. Esa noche llego a la casa de los Balenciaga una caja grande de palacio. Cristobal le habia contado a su madre y a Agustina, que escuchaban incredulas, todo lo ocurrido. En su tapa habia una nota manuscrita de la marquesa, con una letra ladeada pero erguida que se le antojo tan exquisita como la batista que escondia en su interior. Querido Cristobal: Cumpliendo con mi palabra, te mando mi vestido y este lino nuevo de rayas para que me hagas seguir creyendo en los suenos de verano. Espero que te sean utiles para completar nuestra apuesta y que podamos celebrarlo pronto junto con la recuperacion de tu madre. Un saludo afectuoso, Micaela Elio y Magallon .

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