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Autor de la obra
Este autor, CLARISA OZORES , es reconocido dentro de esta rama sobre todo porque tiene más de un libro por los que es reconocido a nivel nacional, pero asimismo fuera de nuestras fronteras.
Es un gran conocedor de la temática, por eso entre los géneros literarios que normalmente acostumbra escribir está/n 2018 LITERATURA Y FICCION ROMANTICA .
¿A qué categoría/s pertenece esta obra?
Esta obra puede clasificarse en cantidad de categorías, pero una de las más esencial es:
2018 LITERATURA Y FICCION ROMANTICA
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Nota de los lectores
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Resumen de EL BESO DE DANIELA
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Esta es la historia de mi primer amor. La historia de unos meses de mi vida, cuando tenia solo veinte anos, casi veintiuno. De mis paseos por la universidad y mis salidas nocturnas, de una noche de Carnaval y un viaje que parecio desdibujarse en mi memoria como si cayese en un profundo sueno. En fin, la historia que comenzo por un beso de Daniela.
Más información sobre el libro
Puedes encontrar más para descargar el beso de daniela
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Resumen del libro
Las once y media de la manana. Antes, en el instituto, esa hora significaba algo muy concreto. Con el relieve exacto de los momentos importantes --las ocho y media, las once, las once y media, las dos--, era el instante en el que teniamos que volver a clase tras el respiro de treinta minutos. Era sumergirse en los pasillos llenos de gente, con el dibujo de cabezas amontonadas a lo largo de las escaleras, entre mochilas y moviles clandestinos. Todavia recuerdo aquel imbecil, un profesorucho de historia, que me dijo que me iba a quitar el telefono mientras hablaba con mi madre, que venia a buscarme para darme la noticia de la muerte de la abuela. Y asi ibamos subiendo, algunos nerviosos por llegar a tiempo, otros arrastrando una interminable pereza, esquivandonos entre alumnas con el pelo tenido de rosa, azul, de rojo. ?Como podia ser eso posible? Las generaciones --entendiendo generacion como cada curso, o como cada dos cursos-- se sucedian acaparando poco a poco mas porciones de libertad, y mientras mi hermana jugaba todavia con sus munecas cuando entro en la ESO, ahora habia crias con el pelo pintado que se enrollaban en la parte trasera del edificio. Enrollarse, en fin. Supongo que harian las cosas por inercia, por una vaga nocion de lo que debia gustarles. Apretarian los pechos, se meterian mano torpemente, se harian chupones, porque era sabido que las zonas erogenas no se estimulaban con un beso, sino succionando hasta romper los capilares. Que ridiculo resultaba todo eso, haciendo algo que no podia gustarles, de lo que aun no podian sacar placer alguno, porque no eran mas que ninos. Cuando yo empece la ESO, mis companeras tambien eran ninas. No se si en la intimidad de sus hogares, lejos del ojo de la clase, seguian jugando con sus Barbies, con las mas modernas Mysecenes, con las horrorosas Bratzs que mi hermana odiaba, pero conservaban esa dulce inocencia infantil en la que la mayoria ni siquiera se depilaban las piernas, o empezaban a hacerlo timidamente al llegar el verano, porque alguna companera ya habia empezado. Claro que las habia mas espabiladas, pero en general no eran mas que esas alumnas de primaria que sencillamente se habian pasado a un centro mas grande, en un cambio de calle, de trayecto, que no por eso alteraba el tranquilo estado de sus cabezas llenas de pelos naturales, morenos y castanos, soltados al terrible eco de aquel sitio donde, de una manera irremediable, habria que dejar todo aquello atras. A las once y media teniamos que volver del recreo.
Lo haciamos en completo desorden y atropello, rodeados por retazos de conversaciones que vibraban en cada grupo, a veces con un inexplicable intento de alzar la voz mas que el extrano de al lado. Era un ruido inmenso, agudo y continuo, imagino que insoportable para todos aquellos que no participaban en el. Para los profesores que pasaban, para los conserjes y los secretarios. Claro que tenian esa cara tranquila quizas adquirida por la costumbre, como si esos segundos de vocerio desaforado no fuesen mas que un murmullo ya conocido, cuya incomodidad se habia vuelto tan habitual como llevar en una mano el libro de su asignatura. Y nosotros gritabamos mas, nos reiamos mas fuerte, apretabamos mas a la novia que acababamos de echarnos antes de darle un ultimo morreo y dejarla en la puerta de su clase, o delante de su mesa si estabamos en la misma. Ruborizados de orgullo, reuniendonos con nuestros respectivos amigos para exprimir aquellos momentos libres, en la tranquila distancia de esa novia que levantaba mucho la cabeza, tambien ruborizada, tambien orgullosa con su chupon en el cuello. Y entre nosotros, las sillas y las mesas. Verdes, eternamente verdes en todos y cada uno de los institutos. Ahora las once y media significaban algo del todo distinto. Y era distinto cada ano y cada cuatrimestre, dependiendo de la suerte de horarios que hubieran tocado. Me gustaban esos horarios elegantemente discretos, sin un timbre que los redondease, partiendo las horas y los dias sin demasiado sentido, a su estricto capricho. Porque los horarios de la universidad no se guiaban por el normal reparto de una manana ni tampoco por los numeros enteros. Pero me gustaba de todos modos, con ese descontrol sin sentido, incluso con la desesperacion de alguna hora muerta entre clases que teniamos que salpimentar con un cafe en grupo. El placer de las escaleras tranquilas, una misma atmosfera sosegada que se trasladaba a la cafeteria, donde saludabas a los mismos profesores que tambien pasaban alli unos minutos perdidos, o apuraban una ultima charla con cafe antes de subir a hacer su tutoria, que empezaba siempre, al menos, media hora mas tarde de lo que marcaba la pagina web. Y hoy, el primer miercoles del segundo cuatrimestre, a finales de enero, a las exactas once y media, teniamos cuarenta y cinco minutos libres antes de que empezase la siguiente clase.
Era un poco desalentador, sobre todo porque el cuatrimestre pasado, tambien los miercoles, salia casi a esta hora. Era entonces cuando bajaba desde el alto de la universidad para llegar a mi casa, pasando por delante de mi antiguo instituto. Era en aquellos trayectos cuando me cruzaba con los alumnos mas retardados, con aquellas ninas fumadoras y tenidas que habian captado mi atencion de una manera un poco triste. Cuarenta y cinco minutos libres. Daba rabia no tener las clases bien ensambladas, una tras otra, e irnos antes a casa. Pero habia gente que preferia ese respiro, gente cuyo cerebro yo no entendia, como si la pesadez del aula y de tomar apuntes fuese tan insoportable que preferian quedarse alli mas tiempo con tal de saborear un cafe y echar un par de bocanadas de conversacion estupida, de conversacion sobre su asociacion vikinga, sobre lo que decian para brindar, sobre que los vikingos eran una sociedad muy aseada para la epoca, y el estigma de una brutalidad feroz y falta de higiene habia sido algo colocado por los pueblos afectados, nada mas lejos de la realidad. Si, gente como esa... Claro que yo no era capaz de inventarme un ejemplo tan preciso, tan rico en detalles como se dibujaba en mi cabeza. Se trataba de uno de mis companeros, Jaime, que se habia opuesto a intentar unir las clases hablando con los profesores, alegando que ese rato libre le daba la vida. Me da la vida, habia dicho, con su melena rizada recogida en una coleta, con su ropa negra, con sus botas militares. Y ahi estaba, blanco y con unos pocos pelos cubriendole una porcion de aquello que debia ser una barba, con las unas largas, esperando a ver quien era el que se sentaba esta vez a su lado para empezar su eterna y unica conversacion sobre los vikingos, su monologo que, empezase por donde empezase, terminaba irremediablemente en aquello. Con sus ojos claros, naturalmente azules en contraste con su pelo negro, escrutaba las caras que iban llegando, pasando de una a otra de forma disimulada, de reojo mientras fingia leer el periodico. Porque, primero en salir de la clase, ligero en su desgarbada altura y sus camisetas holgadas, llegaba antes que nadie a la cafeteria. Con su mochila tambien oscura, como todo lo que le tocaba, una mochila que cogia rapidamente con una mano y se dejaba caer sobre un solo hombro. ?Por que llevaba una mochila? La mayoria de nosotros cogiamos un portatil en la propia universidad, tomabamos los apuntes en el y luego los dejabamos en el aula. Pero Jaime no se separaba de su mochila, la dejaba junto a sus pies y la volvia a levantar cada vez que se movia.
Llevara ahi el movil, la cartera, decia Daniela cuando a uno se le habia ocurrido que tenia una droga vikinga oculta, y por eso nunca se separaba de ella. Pero entonces Jaime pagaba su cafe sacando las monedas del bolsillo, y contestaba un mensaje para volver a guardar el telefono en el pantalon. De todos modos, con su inseparable companera, llegaba el primero a la cafeteria y se sentaba en una mesa grande, al fondo de todo, para que nos fuesemos colocando alli los demas. Pedia enseguida su cafe solo, negro como sus cabellos, y cogia cualquier periodico que hubiese a mano. Los demas saliamos mas despacio. Guardabamos una ultima vez el documento de los apuntes y lo metiamos en un pen o lo subiamos a drive. Cerrabamos todas las ventanas abiertas --el correo, algunos las redes sociales--, bajabamos la pantalla y dejabamos los portatiles enchufados. En ese gesto, el de bajar las pantallas negras de los ordenadores, esas pantallas todas identicas y con la marca escrita en letra plateada, aprovechabamos un instante de pereza. Mirabamos alrededor, metiamos el movil en el bolsillo, nos levantabamos lentamente con las piernas ligeramente entumecidas, porque llevabamos dos horas y media de Civil encima. Y podiamos decir que esa vagancia para movernos era fruto de la primera semana de clase, del agotamiento por los examenes de enero, de la falta de costumbre por el paron de la Navidad. Pero lo cierto era que esa misma sensacion de pesadez, de levantar todos nuestros cuerpos con una lentitud propia de un gran esfuerzo inexistente, no tenia nada que ver con eso. Ni siquiera con la rabia de aquellos minutos inservibles, que se repetirian cada miercoles hasta el final del curso, a las mismas once y media. Era algo inevitable, una falta de interes absoluta por desperdigarnos por los pasillos. La falta de ganas por aquel apatico impulso en el que no podiamos irnos, que desembocaria en volver a levantarnos para subir de nuevo, para continuar las clases hasta las dos y cuarto. Si hubiera sido el final de la manana, nos habriamos levantado rapidamente, nerviosos por volver a casa.
Simples, en nuestro curso de tercero de Derecho, con veinte o veintiun anos la mayoria, reaccionabamos exactamente igual que si estuvieramos en el colegio. Luis se ponia de pie y yo hacia lo mismo. En fila, sorteabamos los cables de los ordenadores para poder salir. Caminando de lado, un poco incomodos, porque nos sentabamos en filas seguidas de sillas con una misma tabla de madera delante, todo incrustado y unido entre si, como si hubiera un claro interes en juntarnos, en hacer que nos quisieramos, que todos los que cabiamos alli dentro nos amasemos. Y, en un segundo efecto de aquella disposicion, aprendiamos tambien a calcular el espacio, el pedazo exacto de mesa que le tocaba a cada asiento, un fragmento que practicamente se llenaba con el ordenador y el movil. Lo tenian mas dificil aquellos alumnos que tomaban apuntes a mano, por tener que extender los boligrafos y la inmensa cantidad de folios que utilizaban, tambien una carpeta o un clasificador, esos chismes de argollas que yo no he utilizado en mi vida. ?Por que se usan clasificadores? Luego habia que agujerear las hojas para meterlas ahi dentro. Y eran esos alumnos los que se levantaban todavia mas despacio que el resto, porque al terminar la clase agitaban la mano con la que habian estado copiando. Era un movimiento gracioso, una mezcla de baile flamenco y serpenteo epileptico, intentando soltar la muneca, el brazo, igual tambien el hombro. La verdad es que no me daban ninguna pena, a pesar de sus caras compungidas de dolor y cansancio. Teniendo la posibilidad de los ordenadores, si no los usaban era por pura terquedad, por amor a flagelarse. A mi tambien me habia costado copiar rapido al principio, pero me habia acostumbrado, y ahora cogia a la perfeccion todos los apuntes, incluso los de los profesores que hablaban mas rapido y volvian una y otra vez sobre sus palabras y explicaciones anteriores. Por eso yo me encargaba de hacerlo siempre en la clase de Brea, y Luis lo compensaba con Inma, que mas que impartir una clase magistral recitaba, cual maestra, para que los alumnos copiasen lentamente. Pero luego exigia y suspendia como los demas.
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el beso de daniela
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